Muchas veces hemos oído que
crisis equivale a oportunidad, que crisis es un momento de cambios… Sin
embargo, nos cuesta quitarle esa connotación negativa de que las cosas van mal,
de que la crisis nos supera, de que no sabemos cuándo se va a terminar el ciclo
económico, de datos negativos en el consumo y el empleo, de caídas de
resultados, de empresas que cierran, de
un montón de cosas que no podemos dominar y que nos mantienen la mente
preocupada generando un ambiente tóxico en el que desarrollamos nuestras
actividades diarias. Sea ir a trabajar o a recoger a un familiar, en las
conversaciones con los amigos o con clientes, conversaciones que tratan de
arreglar tantas cosas a la vez que nos genera cabreo, dolor de cabeza y
malestar, y consigue que lo traslademos allí donde vamos. La pregunta es: ¿Podemos
limpiar esta pecera tan contaminada? Sí, claro que sí es posible. ¿pero cómo?
Empezando por cada uno de nosotros. Nosotros elegimos estar todo el tiempo
preocupados por la presión o podemos elegir ocuparnos de nuestro quehacer
diario e invitando a los demás a hacerlo también. Podemos elegir si seguimos echando
la culpa a los demás o si nos hacemos cargo de cuál es nuestra contribución con
las constantes quejas o malos modales. Las empresas y organizaciones son la
clave en estos momentos de incertidumbre para gestionar este cambio.
Las organizaciones impulsadas por
valores positivos, las resilientes, las que enamoran, han visto cómo estos años
de crisis han ido aumentando sus resultados, cómo han contribuido a un mayor
bienestar de sus clientes, trabajadores, proveedores, el medio ambiente y en
definitiva, de la sociedad. En lugar de la presión por los tiempos o resultados,
han elegido buscar nuevos caminos, nuevas maneras de hacer las cosas. Esto es
innovar (no sólo existe la innovación tecnológica). En lugar de tapar los
errores, han elegido sacarlos a la luz y colaborar con los trabajadores para
encontrar juntos las soluciones, con la mayor creatividad posible: la de un
grupo fuertemente cohesionado. En lugar del castigar se actúa desde la
comprensión. En lugar del miedo han elegido la confianza. En vez de dirigir han
elegido liderar. No han querido ser llevados por la corriente, la comodidad de
hacer lo de siempre y justificar los malos resultados escudándose en que a todo
el mundo le está yendo mal o que en la empresa siempre se han hecho así las
cosas y no se puede cambiar. Han abandonado sus creencias limitadoras que los
conducen a calles sin salida. Han preferido bucear en su interior con humildad,
reconocer sus límites, qué es lo que están haciendo mal para desactivar estas
creencias y comportamientos y, entre todos, generar nuevas corrientes, enamorar
a sus clientes (internos y externos) creando sinergias nunca vistas, mejorando
su eficiencia, sus relaciones y, cómo no, su cuenta de resultados.
¿Pero cómo han podido gestionar este cambio?
Principalmente porque han podido medir sus valores, identificar los positivos,
los limitantes, los niveles de consciencia sobre sí mismos, sobre su capacidad
de cambio y hacia los demás. No se puede gestionar lo que no se puede medir.
Einstein dijo con mucho acierto que no es posible resolver los problemas desde
el mismo nivel de consciencia que se originaron. Mucho menos posible será si ni
siquiera conocemos cuáles son estos niveles de consciencia, qué significa cada
uno y cómo nos afecta. Otro genio, Ghandi, dijo: seamos nosotros el cambio que
queremos ver en el mundo. Actuemos con integridad desde nosotros mismos y desde
nuestras organizaciones hacia los demás y enamorémoslos desde una gestión
consciente. Depende de nosotros.