martes, 10 de septiembre de 2013

Ser transparente

Mi vida ha sido una lucha continua entre mis emociones y el mundo, mi mundo emocional es tan complejo y profundo que a veces me hace vivir en una marea continúa y no es fácil, he ido encontrando vías para relajarme, mis emociones tienen mucho poder en mi vida. No sé si eso es bueno o malo, simplemente es. Lo que muchas veces me ha perjudicado es precisamente lo contrario de lo que se predica como panacea de un mundo emocional sano, vivir acorde a mis emociones, a mis sentires, a mis atracciones y rechazos, ser sincera con lo que siento, transparente, y es que soy como el agua, se nota todo en mí, desde la afininidad y la simpatía, a la incomodidad y el desánimo, lo curioso es que muchas veces siento también los estados emocionales de las personas que me rodean, dicen que es intuición, por llamarle de alguna manera, lo llamaremos así, el caso es que muchas veces me habría ido mejor si me hubiese puesto una máscara, sino hubiese sido honesta, sólo que eso supone ir en contra de esta conciencia tan puñetera que no me deja dar un paso contra ella misma. Ser transparente, en el fondo es ser vulnerable, pues todo el mundo sabe muy bien como te sientes y de que hilo tiene que tirar para hacerte daño o hacerte sentir bien. Ser transparente es no temer ser frágil a veces, quizás las personas transparentes al final sean las más valientes en un mundo que cierra las puertas a la emoción y el sentimiento y apuesta por la fría y montruosa razón. 





A veces, suelo preguntarme por qué es tan difícil ser transparente… creemos que ser transparente simplemente es ser sincero, no engañar a los otros. Pero ser transparente es mucho más que eso.
Es tener el valor de exponerse, de ser frágil, de gritar, de decir lo que sentimos… Ser transparente es desnudarse el alma, es dejar caer las máscaras, bajar las armas, destruir las inmensas y pesadas paredes que nosotros insistimos tanto en construir… ¡Ser transparente es permitir que florezca toda nuestra dulzura!
Pero infelizmente, casi siempre, la mayoría de nosotros decide no tomar ese riesgo. Preferimos la dureza de la razón a la luminosidad que expondría toda la fragilidad humana. Preferimos el nudo en la garganta a las lágrimas que nacen de lo más profundo de nuestro ser… Preferimos perdernos en una búsqueda loca de respuestas inmediatas a simplemente rendirnos y admitir que no sabemos, que tenemos miedo.
No importa qué doloroso es tener que construir una máscara que nos distancie cada vez más, preferimos eso para mantener una imagen que nos dé la sensación de protección… Así, vamos ahogándonos cada vez más en palabras falsas, en actitudes falsas, en sentimientos falsos…
Con el pasar de los años, un vacío frío y oscuro nos hace percibir que ya no sabemos dar ni pedir lo más precioso que tenemos para compartir… dulzura, comprensión… Sufrimos, nos sentimos solos, inmensamente tristes y lloramos calladamente antes de dormir. Los latidos gritan dentro nuestro por no tener el valor de mostrarnos a quienes más amamos.
Porque, equivocadamente, aprendimos que es mejor atacar, acusar, criticar y juzgar, que simplemente decir: “estamos hiriéndonos… paremos ¡por favor!” Porque aprendimos que decir “eso es ser débil, es ser tonto,” es ser menos que el otro. Cuando, realmente, si actuáramos con el corazón, podríamos evitar tanto dolor, tanto dolor…
Sugiero que nos permitamos explotar toda nuestra dulzura. Que consigamos no atraer el lamento, no contener la risa, no esconder tanto nuestro miedo y no querer parecer tan invencibles…
Que consigamos no intentar controlar tanto, competir tanto….
Que consigamos vivir dulcemente… sentir… AMAR…
Y que cada año sea todo corazón, mucho más sentimiento, inundado de un amor transparente, a pesar de todo el riesgo que eso significa.

Autor desconocido

La autoridad bien entendida, no el autoritarismo

Nuestra sociedad es muy compleja y cambiante, la tecnología avanza a pasos agigantados día a día, caen paises, nacen otros, los modelos familiares, base de la sociedad también cambian, ahora bien, ¿hemos pasado de una sociedad excesimavente autoritarista a una sociedad caótica? Si preguntamos a much@s educadores, comprobaremos que en muchas ocasiones están bajo el dominio de pequeños tiranos de tres y cuatro años....Es muy importante la autoridad bien ejercida, inculcar el valor del respeto a las norma, fundamentales para convivir en sociedad, que el niño acepte y sepa como canalizar la frustración, todos sabemos que en el mundo adulto, no siempre conseguimos lo que queremos, y cuando lo hacemos por el camino correcto, la honestidad, es producto de mucho tiempo, perseverancia y sacrifio. El respeto no significa tener miedo, ni mucho menos, es junto a la tolerancia un valor a trabajar. Todos los actos tienen consecuencias, y no puede ser que un padre consienta que un niño maltrate a sus profesor sin ningun tipo de consecuencia. Os dejo un buen artículo para reflexionar.
¿Qué ocurre cuando no tenemos autoridad en la familia? Que nuestro hijo se apodera de ella. Los educadores saben que una autoridad bien entendida obtiene el respeto del niño y es la piedra angular para desarrollar personas equilibradas y felices. De eso se trata, de ayudar a crecer. ¿Cómo conseguir autoridad? Es importante tomar decisiones correctas y útiles para el niño día a día.


La palabra autoridad se deriva del verbo latino "augere", que quiere decir ayudar a crecer. Para un educador es importante distinguir entre:

  • "ser autoridad"
  • "tener poder"
  • "tener autoridad"
Una persona es autoridad por el cargo que ocupa. El director en la empresa, el alcalde en la ciudad, el profesor en la clase o el padre-madre en la familia son, por principio, la autoridad. Como consecuencia de ser autoridad tienen, a priori, un capital de prestigio y de reconocimiento que les permite tener autoridad.
En efecto, cuando nace nuestro hijo todos los padres disponemos del mismo capital de autoridad. En cambio, vemos a diario que, cuando un niño tiene sólo tres años, ya hay padres que han sido capaces de aumentar su autoridad y padres que han perdido gran parte del capital con que partieron. Para seguir teniendo autoridad es preciso ganarla día a día con decisiones:
  • correctas
  • justas
  • y útiles
Por otro lado, el ser autoridad conlleva no sólo tener poder para mandar a otros, sino también una capacidad coercitiva. Es aquello de que quien manda, manda, aunque mande mal. Cuanta más autoridad tenemos como padres, menos hemos de ejercer el poder. Y al contrario, en la medida que nuestra autoridad disminuye, debemos imponer medidas coercitivas: castigos, gritos, enfados, etc… que cada día han de ser mayores para que tengan efecto, deteriorando así la buena relación entre nosotros y nuestros hijos y, en consecuencia, la calidad de vida familiar.

¿Qué pasa cuando no tenemos autoridad en la familia?
Tenemos que partir de la base que la relación entre padres e hijos en edad de educar no es una relación de igualdad, sino jerarquizada. Un padre es un adulto al que se le supone una sabiduría que nuestro hijo no tiene. Los niños, hasta la adolescencia, tienen una gran capacidad para aprender datos y conocimientos, pero no tienen sentido común para afrontar muchas situaciones de la vida diaria. Hemos de ser nosotros, los padres, quienes pongamos los límites a su libertad individual para protegerlo físicamente, ya que puede, por ejemplo, cruzar la calle impulsivamente sin reparar en los coches que lo pueden herir o matar.
Igualmente debe ser un adulto quien le obligue en ocasiones a realizar una tarea que en principio no le apetece pero que a largo plazo supondrá un gran bien para él. Es el caso de muchos niños que tienen en un primer momento aversión a la natación, pero tras obligarles con firmeza y cariño aprenden a nadar y esta actividad acaba siendo una de las que más satisfacciones les produce.
Somos los padres quienes hemos de tomar decisiones por él para evitar males mayores que afectan además a otras personas, como compañeros y profesores.
Fernando Savater dice "el padre que no quiere figurar sino como el mejor amigo de sus hijos, algo parecido a un arrugado compañero de juegos, sirve para poco; y la madre, cuya única vanidad profesional es que la tomen por hermana ligeramente mayor que su hija, tampoco sirve para mucho más".
Cuando no tenemos autoridad, nuestro hijo se convierte en autoridad, llegando a disponer y a usar la correspondiente cuota de poder inherente a ella. Nadie desea un jefe que no tenga ni sabiduría, ni sentido común, ni ningún sentido de la medida para ejercer su poder, porque estaremos soportando y sufriendo un tirano, un dictador, que es en lo que se convierte nuestro hijo cuando se da esta circunstancia.
En segundo lugar, si nuestro hijo no encuentra "autoridad" en casa porque la hemos perdido, la busca fuera de ella. Busca líderes individuales que no siempre son positivos para él o se refugia en el grupo al que sigue y sirve de modo gregario (gregario quiere decir en rebaño) ciegamente, sin hacer caso a los esfuerzos de las personas que lo quieren bien.
Por último, muchos de nosotros, cuando llegamos a esta situación, nos sentimos impotentes, pedimos ayuda al Estado y a la escuela, y no sólo queremos que actúen por nosotros, sino que además exigimos resultados cuando a lo largo de los años no hemos sabido o querido vivir como un adulto con todas sus consecuencias.

¿Cómo tener autoridad?
El primer requisito para tener autoridad es, como ya hemos dicho, ejercerla día a día. Como cualquier actividad, si no se practica se pierde. Los padres hemos de tomar decisiones diarias que ayuden a nuestro hijo a respetar los límites naturales, que le ayuden a madurar como persona. La permisividad y el "dejar hacer" son enemigos de la autoridad que ayuda a crecer.
En segundo lugar es necesario huir del autoritarismo, consistente en el ejercicio del poder de modo injusto, inútil y cuando no se debe.
En tercer lugar, para tener autoridad es preciso tener prestigio. Una persona tiene prestigio cuando se le reconoce una habilidad o cualidad determinada. Un estudio de la Universidad de Navarra comprobó que el prestigio de los padres ante los hijos no depende ni del dinero que ganan, ni del coche que tienen, ni de la práctica de un deporte, ni tan siquiera del cargo que ocupan, sino que depende de tres factores fundamentales:
  1. Del modo de ser de la persona: generosa, serena, optimista, humilde, generosa,...
  2. Del modo de trabajar: el hijo exige de sus padres un trabajo de calidad y un comportamiento honrado en su actividad laboral.
  3. Del modo de tratar a los demás: Tanto a la familia como a los amigos y compañeros, o a la sociedad en general.

Por último, no hay autoridad sin respeto fundamentado en la integridad, la sinceridad y la empatía con el prójimo, nunca en el miedo y en la imposición.


Pablo Pascual Sorribas
Maestro, licenciado en Historia y logopeda.